El alto potencial energético del litio, el más liviano de todos los metales, lo está convirtiendo en un insumo clave de las baterías destinadas a la industria de los autos eléctricos. El rol de los salares altoandinos, la necesidad de métodos de extracción amigables con el medio ambiente y la importancia del valor agregado local para no quedar afuera de esta verdadera carrera hacia el futuro.
El desarrollo tecnológico que podría definir el futuro del sector energético está muy cerca. Y los salares altoandinos estánllamados a desempeñar un rol protagónico como abastecedores de un insumo clave, el litio, materia prima fundamental para la fabricación de las baterías destinadas a modificar de una manera radical el transporte automotor en todo el mundo. La gran incógnita es si, además de ser los proveedores de este mineral cuyo precio no ha parado de crecer en los mercados internacionales, seremos capaces de agregarle valor localmente, de manera de participar en toda la cadena productiva del litio. Tal como explica el doctor Ernesto Calvo, director del Instituto de Química de los Materiales, Medio Ambiente y Energía (Inquimae) dependiente de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (FCEN) de la UBA, el litio “tiene un alto potencial electropositivo, además de ser muy liviano”. En declaraciones a la revista Exactamente, publicación de divulgación científica de esa alta casa de estudios, este experto indica que este metal, cuya densidad es de 0,534 gramos por centímetro cúbico, “puede brindar una enorme densidad de energía y potencia por unidad de masa”. Eso lo hace particularmente atractivo para la industria tecnológica y, en los últimos años, ha acaparado la atención de las mayores compañías automotrices. Hasta ahora, los mayores demandantes de este insumo habían sido los desarrolladores de baterías para el sector electrónico, las denominadas baterías de “ion-litio”, comercializadas por primera vez en 1991 por las japonesas Sony y Asahi Kasei. Hoy se busca desarrollar un tipo de batería recargable que pueda competir con los combustibles fósiles en términos de eficiencia y rendimiento. La gran candidata es la denominada batería de “litio-oxígeno” o “litio-aire”, aunque todavía hará falta recorrer un largo camino para poder contar con ella de un modo técnicamente seguro y viable en términos económicos. Es allí donde apuntan hoy los principales centros de investigación del mundo, entre ellos -como veremos- las universidades argentinas y el Conicet. Chile: la “Arabia Saudita” del litio En un artículo publicado en junio de 2008 en la prestigiosa revista Forbes, titulado “La Arabia Saudita del Litio” (The Saudi Arabia of Lithium), el periodista Brendan I. Koener ilustraba el panorama de un modo claro y efectivo: “El motor a combustión convirtió al petróleo en el mayor commodity a nivel mundial. El vehículo eléctrico podría hacer lo mismo con el tercer elemento de la tabla periódica (el litio)”. “Entre 2003 y 2007 -apuntaba Koenerla industria de las baterías duplicó su consumo de carbonato de litio, el ingrediente más común utilizado por los productos a base de litio”. Esa “bonanza del litio”, como la denominaba el autor, alimentaría en los siguientes años la producción de baterías destinadas a grandes actores del sector automotriz, como Chevrolet (con su modelo híbrido Chevrolet Volt), Ford (con su C-Max Energi), Mercedes (con su S-Class), Nissan (con su Nissan LEAF) o Toyota (con su Toyota Prius). Se sumarían también los vehículos 100 por ciento eléctricos, como el Mitsubishi i-MiEV o el Peugeot Ion. En un contexto de grandes expectativas, todas las miradas están puestas en la Puna. Es que allí, en el denominado “Triángulo del litio”, se encuentran entre el 60 y el 85 por ciento de los recursos de este ambicionado metal. Hoy el mayor productor mundial de carbonato de litio es Chile, que cuenta con tres décadas de experiencia en la explotación del Salar de Atacama. La producción se inició en 1984, con la puesta en marcha de la primera planta de la Sociedad Chilena del Litio (SCL), que era en ese momento una joint-venture de la estatal Corporación de Fomento de la Producción (Corfo) y la estadounidense Foote Mineral, actual Rockwood Lithium (propietaria desde 1989 del 100 por ciento del capital accionario de SCL). El otro gran actor del duopolio chileno es la Sociedad Química y Minera (SQM), que inició su producción en 1996 y cuyo principal accionista es la Sociedad de Inversiones Pampa Calichera presidida por el ingeniero forestal chileno Julio Ponce. Las ventajas que presenta el Salar de Atacama son enumeradas por el ingeniero Pedro Pavlovic Zuvic, exdirector ejecutivo del Comité de Sales Mixtas de Corfo, en su artículo La industria del litio en Chile, publicado en marzo de 2014 por la Revista del Colegio de Ingenieros trasandino. “Las salmueras del Salar de Atacama poseen la más alta concentración de litio (0,15% promedio) y una química muy favorable (moderada razón magnesio/litio) en comparación con las de otros salares”, explica. Entre las características de ese reservorio, el citado analista menciona, además, la “alta tasa de evaporación, buena infraestructura de acceso, facilidad de conexión a puertos, coproducción de sales de potasio y reservas de gran calidad”. Estas últimas, citando datos de SQM, ascenderían a más de 7 millones de toneladas.Bolivia y un ambicioso proyecto estatal Más recientemente, en el marco de política de nacionalización de los recursos energéticos estratégicos, el Estado boliviano lanzó su plan gubernamental de producción e industrialización del litio. El programa, que sigue los dictados del nuevo marco constitucional aprobado en 2009, ha puesto en cabeza de Gerencia Nacional de Recursos Evaporíticos (GNRE) de la Corporación Minera de Bolivia (Comibol) “la administración, la explotación, el procesamiento y la comercialización” de los recursos del Salar de Uyuni, principal reservorio de litio del país, que fue además declarado y delimitado como “reserva fiscal” por el Gobierno de Evo Morales. El proceso prevé tres etapas, dos de ellas ya están en pleno desarrollo. La primera dio comienzo en enero de 2013 con la inauguración de la planta experimental de producción de carbonato de litio en Llipi, localidad ubicada al sudeste del salar, en el departamento de Potosí. La segunda se puso en marcha en febrero del año pasado, con la puesta en funcionamiento de la planta piloto de ensamblaje de baterías de ion-litio en la localidad de La Palca (Potosí). La construcción e instalación de esta segunda obra estuvo a cargo de la empresa china Linyi Dake Trade, bajo la modalidad “llave en mano” con transferencia de tecnología. La última fase, tal como anunció en 2010 el director de la GNRE, Luis Alberto Echazú, apunta a concretar “un acuerdo con empresas que aporten tecnología para la producción de electrodos, electrolitos y finalmente baterías secundarias (recargables) de litio para vehículos”. El camino emprendido por Bolivia no está exento de obstáculos. Algunos de ellos los señalaba con precisión la investigadora Juliana Ströbele-Gregor, del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Libre de Berlín, en un paper presentado en 2012: “El desarrollo de una tecnología adaptada al Salar de Uyuni para la evaporación de salmueras, y por tanto para la producción de carbonato de litio, es necesario porque las condiciones del Salar, es decir la existencia de un período de precipitación y humedad de varios meses de duración, no permite la adopción de tecnologías probadas en regiones con mucho menos precipitaciones, como Chile (Salar de Atacama) o Argentina (Salar del Hombre Muerto). Argentina y un boom de inversiones en la Puna La estrategia adoptada por nuestro país no difiere mucho de la seguida en otras áreas ligadas al sector energético, como el gas y el petróleo. Tras las reformas económicas y la apertura del mercado de los años 90, la tendencia fue la de abrir nuestros reservorios a la inversión extranjera. El primer gran proyecto, denominado “Fénix”, tuvo como protagonista al Salar del Hombre Muerto, en Catamarca, donde la norteamericana FMC Lithium se hizo en 1994 con la concesión del área, a través de su subsidiaria local Minera del Altiplano, y puso en marcha su producción tres años más tarde. La empresa cuenta actualmente una planta de absorción selectiva del mineral y una segunda de producción de carbonato de litio in situ, ambas en Catamarca, y un tercer establecimiento dedicado a la producción de cloruro de litio en Güemes (Salta). La producción anual estimada está en el orden de las 12.000 toneladas de carbonato de litio y 6.000 toneladas de cloruro de litio. En los últimos años, ya en el marco de una mayor presencia e interés de los Estados provinciales por participar en la explotación del litio, se han sumado otros inversores internacionales. Entre las nuevas iniciativas, cabe destacar los proyectos “Cauchari-Olaroz”, de Lithium Americas, a través de su subsidiaria local Minera Exar en Jujuy; y “Sales de Jujuy”, de la australiana Orocobre en sociedad con la japonesa Toyota Tsusho, en el salar de Olaroz. En ambos casos, la empresa estatal JEMSE (Jujuy Energía y Minería Sociedad del Estado) participa del capital accionario con el 8,5 por ciento. En la vecina Salta, mientras tanto, debemos mencionar los proyectos “Rincón”, a cargo de la australiana ADY Resources, y “Sal de Vida”, de la también australiana Galaxy Resources, este último en el tramo salteño del Salar del Hombre Muerto. Valor agregado local y cuidado ambiental Al margen de estas inversiones privadas, la academia se ha interesado en nuestro país por participar en investigaciones que puedan permitirnos agregar valor a nuestros abundantes recursos de litio y favorecer una explotación ecológicamente sostenible de los salares del norte del país. Este último punto es particularmente sensible, a la luz de un reciente informe de la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN) que advertía sobre “las consecuencias que podrán tener las explotaciones mineras en el sistema salino, que lo que podría repercutir en la posibilidad de extracción de sales superficiales y la difusión de sales superficiales a acuíferos profundos de baja salinidad”. En ese sentido, el equipo del Inquimae conducido por el doctor Ernesto Calvo está avanzando en un método alternativo, ambientalmente más benigno, de obtención de carbonato de litio a partir de la evaporación solar de las salmueras. Además, con la idea de superar la visión meramente extractivista del litio, el Conicet e YPF, a través de la empresa pública conjunta Y-TEC (YPF Tecnología), financian la fabricación local de baterías. “Gracias a un acuerdo entre la Provincia y la Universidad Nacional de Jujuy, el Conicet e Y-TEC, litio que durante años sólo se extrajo de las salinas y se exportó en bruto, podrá ser purificado e integrado en baterías que en el mercado internacional cuestan entre 20.000 y 25.000 dólares”, anticipaba Nora Bär, columnista de ciencia del diario La Nación, hace apenas cuatro meses, a partir de una consulta formulada al actual director de Y-TEC, Gustavo Bianchi. Esto se concretará a partir de la puesta en marcha del Centro de Investigaciones Científicas y Tecnológicas sobre Litio, que se emplazará en la localidad jujeña de Palpalá. De lo que se trata en definitiva, en palabras de Federico Nacif, investigador e integrante del Programa Institucional Interdisciplinario de Intervención Socio-Ambiental (PIIdISA) de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQui), es de “superar la actual visión desarrollista/ extractivista” y dejar de lado “la tradicional competencia entre países por la captación de inversiones extranjeras”, para pasar a “considerar una estrategia regional alternativa” que posibilite “una política soberana de industrialización del litio al servicio de un nueva esquema energético sustentable” en la región. A largo plazo, concluye, la “alta rentabilidad internacional de los componentes de litio” debe servirnos “como un medio para desarrollar tecnologías de almacenamiento energético al servicio de las demandas sociales internas, como la expansión del transporte público y las energías renovables”.